El deber de los padres es hacer que cada miembro de la familia, empezando por ellos mismos, sea un poco mejor cada día; que aprenda a obrar con competencia y rectitud.
Por Instituto de Ciencias para la Familia. 15 febrero, 2021.Este artículo ha sido escrito por la doctora Mariela García, profesora de la Maestría en Matrimonio y Familia (MMF) y Yumily Artuza, egresada de este posgrado.
La democracia es el gobierno de la gente, por la gente, para la gente, sostuvo Abraham Lincoln. Y es que, ¿quién no anhela un país con personas idóneas y con vocación de servicio en ámbitos clave como el poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial? Similar aspiración se extiende también a los medios de comunicación, grandes actores por su influencia en los asuntos sociales y políticos de un país.
Aunque esto suene idílico, es posible. La familia nos recuerda que su actuación es determinante. Reflexionar acerca del rol que desempeña la familia en la sociedad es imperativo por su alcance en el cultivo de las virtudes y en la formación de ciudadanos probos, que, en un futuro cercano, podrían ocupar posiciones dentro de la administración pública.
Los padres, primeros e insustituibles maestros en el hogar inculcan en sus hijos hábitos operativos buenos, como amor a la verdad, respeto, laboriosidad, orden, justicia, solidaridad, por citar solo algunos que hemos echado en falta en los recientes acontecimientos convulsionados en el país. Los hábitos operativos buenos se convierten en virtudes que actúan de manera similar a un muro de contención que, para no ceder a las tentaciones y desvíos, contribuyen a que la persona se mantenga firme a sus principios. La virtud evitará que el desenfreno o el impulso se antepongan a la razón.
El amor conyugal juega un papel importantísimo, pues enseña a los hijos a confiar en sus padres, y enriquece el amor filial llenándolo de esperanza y bondad. Sí, se puede luchar y emprender acciones y decisiones que se aproximen a la felicidad y al bien común. Si, además, se dignifica con la edificación espiritual de los hijos, en un clima de libertad, la excelencia humana estará cerca.
Brindar formación, cívica y humana no es tarea sencilla. Requiere de paciencia y de tiempo, como todo lo bueno de la vida. Aun en tiempos de COVID, esas dos simples, pero inmensas palabras, suelen escabullirse y están como escondidas entre las múltiples ocupaciones de los adultos. Paradójicamente, a más comodidades y avances en diversos campos, menos tiempo para nuestros hijos.
El deber de los padres es hacer que cada miembro de la familia, empezando por ellos mismos, sea un poco mejor cada día; que aprenda a obrar con competencia y rectitud. Formemos a David para que esté listo cuando le toque enfrentar a Goliat.
Núcleos familiares y amores conyugales mejores son realidades posibles que exigen el ejercicio personal continuo de hábitos buenos; su despliegue diario costará cada vez menos esfuerzo. Nos atreveríamos a decir que, si se proyecta la repercusión de la familia en la sociedad, sin darle su real valor y lugar, se podría concluir que la democracia será una quimera, a menos que la familia asuma el buen uso del poder que le ha sido naturalmente conferido.
Este es un artículo de opinión. Las ideas y opiniones expresadas aquí son de responsabilidad del autor.